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jueves, 19 de mayo de 2011

LOS MILAGROS DE JESÚS



Maurice Blondel “Dios manifiesta su bondad extraordinaria mediante signos extraordinarios”


La palabra “milagro” no aparece en las Escrituras. Hay muchas referencias a actos de poder, signos y obras que indican claramente la actuación de Dios en el mundo, pero las Escrituras no mencionan una filosofía de la ciencia o de la naturaleza, ni leyes que separen lo “natural” de lo “sobrenatural”. Nuestro entendimiento común de la palabra “milagro” contiene un concepto que habría sido incomprensible en el mundo bíblico.

Ninguna palabra se corresponde con la equívoca “milagro” (que deriva del latín “miravi” maravillarse. En el uso moderno de este término suele aludir a algo asombroso que se sucede por encima o más allá de la esfera natural, un hecho en el tiempo que desafía la explicación racional y demuestra dramáticamente la intervención Divina. Pero para los judíos y cristianos de los tiempos bíblicos, Dios era el Señor de todo lo creado; nada estaba fuera del alcance de Su poder.

Ni en el Antigüo ni en el Nuevo Testamento enfatizan el acto maravilloso en sí, sino el poder Divino que lo respalda. A diferencia del absolutista que busca un nuevo conjunto de explicaciones cuando se enfrentan a algo totalmente inexplicable, las tradiciones judía y cristiana veían aún el funcionamiento normal de la naturaleza como algo que dependía directamente de Dios. El mundo, en otras palabras, es el foro donde Dios actúa en nombre de la humanidad. El mundo y todo lo que contiene le pertenecen, y Él lo reclama para Sí.



Pocos temas de conversación dividen tanto a la gente como la creencia en milagros y la existencia de una vida después de la muerte. La discusión suele caer en extremismos en ambos casos, y esto es justificable porque se trata de asuntos que están fuera de la experiencia normal.



Algunos afirman que todos los milagros de la Biblia ocurrieron tal y como se describen, otros niegan desde el principio que tales cosas puedan suceder, porque contradicen leyes invariables de la naturaleza. Otros encuentran modos ingeniosos de encarar el tema: no tiene importancia que los milagros hayan ocurrido o no, lo que importa es la significación de los relatos. Este último enfoque es curioso porque cuesta comprender que algo pueda tener significación si nunca sucedió.



Lo cierto es que algo significativo e importante ocurrió en el ministerio y en la persona de Jesús de Nazaret, y las primeras tradiciones escritas y orales están mechadas de relatos de hechos extraordinarios que definen esa significación e importancia. Algo debió ser responsable de la increíble reacción de la gente ante Jesús, no sólo ante sus enseñanzas, sino ante sus actos.



Para el Creyente esto resulta tautológico: Dios es el Señor de la Creación y obra en Jesús, eso es todo.



Los milagros, pues, constituyen una economía de signos que atestiguan el proceso de la inimaginable bondad de Dios que obra en nosotros. Complementan e implementan las proclamación de Jesús en el Reino de Dios, su enseñanza sobre la transformación interior de toda la gente y la primacía del “amor al prójimo” que caracterizaba la llegada del reino de Dios a la Tierra. Los actos de poder con los cuales curaba a los enfermos, daba vista a los ciegos y devolvía la vida a los muertos en este mundo eran signos con los que proclamaba la inauguración de una nueva revelación de Dios con el Mundo.

Dichoso aquel que ha recibido esta manifistación de la bondad de Dios!



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